Arpía: la mujer que no se supo amada.
En la mitología griega, las Arpías eran monstruos alados del
cuerpo mixto de aves y mujeres, Hesíodo las coloca como hijas de Taumante y
Electra, de igual manera las describe con una larga y suelta cabellera. (Hes.
Th. vv. 265-269) Hesiquio de Alejandría, lexicógrafo del siglo V, las menciona
en plural con el término plural Ἁρπυὶας
[jarpïas] y las define despectivamente como “perras aladas amantes de la
tempestad”. Asociadas con el viento, los fantasmas, el inframundo y los
vampiros, bajo la idea de que la mujer es cruel y asesina, capaz de abrumar al
hombre y destruir su vida al robarle el alma. En la Odisea (Hom. Od. I, vv.230-251;
XX vv. 61-90), ya se hace mención de su terrible poder para destruir la vida
tanto de Odiseo como de Telémaco:
Contestó el prudente Telémaco:
—¡Huésped! Ya que tales cosas preguntas e inquieres, sabe que esta casa hubo de
ser opulenta y respetada en cuanto aquel varón permaneció en el pueblo. Se mudó
después la voluntad de los dioses, quienes, maquinando males, han hecho de
Odiseo el más ignorado de todos los hombres; que yo no me afligiera de tal
suerte si acabara la vida entre sus compañeros en el país de Troya o en brazos
de sus amigos luego que terminó la guerra, pues entonces todos los aqueos le
habrían erigido un túmulo y hubiese dejado a su hijo una gloria inmensa. Ahora
desapareció sin fama, arrebatado por las Harpías; su muerte fue oculta e
ignota; y tan sólo me dejó pesares y llanto. Y no me lamento y gimo únicamente
por él, pues los dioses me han enviado otras funestas calamidades. Cuantos
próceres mandan en las islas, en Duliquio, en Same y en la selvosa Zacinto, y
cuantos imperan en la áspera Ítaca, todos pretenden a mi madre y arruinan
nuestra casa. Mi madre ni rechaza las odiosas nupcias ni sabe poner fin a tales
cosas, y aquellos comen y agotan mi hacienda, y pronto acabarán conmigo mismo.
Virgilio las había colocado a la entrada del inframundo,
convirtiéndolos en secuestradores de almas. Por lo tanto, fue un símbolo ideal
para la poética de Munch, que tomó la imagen clásica para expresar un concepto
moderno: el desamor.
DESCRIPCIÓN: Litografía del noruego Edvard Munch, más
conocido por su obra “El grito”, no se tiene una fecha de su creación. La criatura alada vuela sobre un cuerpo y lo
contempla con la cabeza reclinada a su derecha, una posición tradicionalmente
piadosa. La arpía ocupa ¾ partes del plano total, la tensión en los hombros
revela que está resistiendo su posición en los aires. En el centro de la pieza,
se distingue a lo lejos un insípido horizonte con, probablemente, un árbol. El cuerpo,
en estado seco, Fig 1.1, aún no termina la fase de reducción esquelética, pues se
distingue recubrimiento dérmico en el rostro, cuello, tórax y cadera, mientras que,
en el brazo, ya descarnado, se nota expuesta la articulación escapulo-humeral,
el húmero, la articulación del codo, hasta aproximadamente 2/3 partes del radio
y cúbito, Fig. 1.2.
Fig.1.1 Fases de la descomposición, el cuerpo en la litografía se hallaría en la fase d.
Fig. 1.2 Composición ósea del brazo
ANÁLISIS FORMAL: Se desconoce el tipo de piedra tallada para
la elaboración de la pieza. Se pretende expresar profundidad con el horizonte
lejano e iluminación de medio día hacia el atardecer, el sol se encontraría en
un punto alto cubierto por la arpía. En la composición tenemos un triángulo equilátero
invertido formado por el cuerpo de la arpía, éste se superpone sobre el cuerpo
y ambos están lejanos del horizonte. La posición en diagonal, la tensión en los
hombros y el enmarañado en las plumas de las alas sugiere un aleteo continuo.
COMENTARIO: Lo ceñido del plano alude a que hay algo más en el espacio que le es negado al espectador. Ella dedica al cuerpo una mirada casi soñadora, de un anhelo aparentemente melancólico, que choca con la representación de las garras listas para atrapar a la presa. En la figura reclinada, el artista alude a la tarde, que el hombre está condenado al ceder a la adulación femenina: si el cuerpo se ha reducido a un cuerpo, de hecho, la cabeza, con los negros y los ojos cerrados, aún conserva una apariencia de vida.
El ambiente suspendido de la escena, la masa oscura de las
alas que se extiende por todo el frente de la hoja, que viene a lamer el
cuerpo, el contraste de los caracteres de las dos caras, la dimensión
surrealista, pero al mismo tiempo la fuerte presencia de la figura y el uso
cuidadoso de la superficie blanca, que da la máxima importancia a las cabezas,
los pechos desnudos de la mujer y sus garras. En una nota sin fecha, Munch
había notado algunos versículos que parecen resumir el significado de la imagen:
Un ave de rapiña se ha unido a mi alma.
Sus garras me han destrozado el corazón.
Su pico ha perforado mi pecho
y el batir de sus alas ha nublado mi lucidez
Otras formas escritas se han colocado en la posición de la
arpía o del cuerpo. A continuación, se presentan fragmentos de escritores
contemporáneos quienes se identificaron con ambos personajes de la litografía a
tal punto que sus palabras parecen el diálogo idóneo de la pieza:
Tú, en furiosa vesania te mostraste
abriendo las horrendas alas monstruosas,
viéndome ya indefenso en medio del patio
con extraña parsimonia, a mano limpia,
diste tu último paso y con tus garras
asesinaste mis últimos anhelos de una vida feliz.
Y quiero gritar tu nombre y quiero morder tus ansias y correr
a buscar entre mi pasado un lugar para esconderme y que nadie descubra que mis
oraciones llevan sílabas de tu nombre escondidas entre sus pliegues.
¿Por qué contestas mis mentiras? ¿Por qué te transformas en la imagen tangible que saborean las puntas de mis dedos, tan sólo para darme cuenta de que me rehúso a barrer el polvo de mi almohada?
¿Por qué aún siento ese ardor en el pecho, el mismo, con la misma intensidad de una memoria apenas vivida? ¿No eras ya un momento lejano y abstracto que tan sólo servía de alimento a mis memorias?
Y aquí va de nuevo, el vaivén de mis ojeras, el resplandor de la concupiscencia y la sordera que me absorbe, para renacer entre las hojas muertas de la tinta, para encontrar entre la oscuridad de mis tempestades que nunca he dejado de ser la misma arpía.
Aquí el amor es, entonces, representado como un acto de
dolor y muerte y un complejo mecanismo psicológico que destaca el sufrimiento
de la existencia. Toda cultura, sobre todo la griega, siente hasta cierto punto
una amenaza en el empoderamiento de las mujeres, se les ha esbozado como seres
salvajes, destructores y, sin embargo, son las que mayor atracción producen. Así
que la mujer angelical, pura y delicada, como el rostro femenino de la
litografía, se convierte, en cambio, en una arpía vengativa y castrante, una
cruel asesina de la masculinidad dominante que la ha privado de ser amada por
completo.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario