viernes, 28 de septiembre de 2018

Tarea 3. Ortega Valtierra Evelyn


Arpía: la mujer que no se supo amada.


En la mitología griega, las Arpías eran monstruos alados del cuerpo mixto de aves y mujeres, Hesíodo las coloca como hijas de Taumante y Electra, de igual manera las describe con una larga y suelta cabellera. (Hes. Th. vv. 265-269) Hesiquio de Alejandría, lexicógrafo del siglo V, las menciona en plural con el término plural Ἁρπυὶας [jarpïas] y las define despectivamente como “perras aladas amantes de la tempestad”. Asociadas con el viento, los fantasmas, el inframundo y los vampiros, bajo la idea de que la mujer es cruel y asesina, capaz de abrumar al hombre y destruir su vida al robarle el alma. En la Odisea (Hom. Od. I, vv.230-251; XX vv. 61-90), ya se hace mención de su terrible poder para destruir la vida tanto de Odiseo como de Telémaco:

Contestó el prudente Telémaco: —¡Huésped! Ya que tales cosas preguntas e inquieres, sabe que esta casa hubo de ser opulenta y respetada en cuanto aquel varón permaneció en el pueblo. Se mudó después la voluntad de los dioses, quienes, maquinando males, han hecho de Odiseo el más ignorado de todos los hombres; que yo no me afligiera de tal suerte si acabara la vida entre sus compañeros en el país de Troya o en brazos de sus amigos luego que terminó la guerra, pues entonces todos los aqueos le habrían erigido un túmulo y hubiese dejado a su hijo una gloria inmensa. Ahora desapareció sin fama, arrebatado por las Harpías; su muerte fue oculta e ignota; y tan sólo me dejó pesares y llanto. Y no me lamento y gimo únicamente por él, pues los dioses me han enviado otras funestas calamidades. Cuantos próceres mandan en las islas, en Duliquio, en Same y en la selvosa Zacinto, y cuantos imperan en la áspera Ítaca, todos pretenden a mi madre y arruinan nuestra casa. Mi madre ni rechaza las odiosas nupcias ni sabe poner fin a tales cosas, y aquellos comen y agotan mi hacienda, y pronto acabarán conmigo mismo.

Virgilio las había colocado a la entrada del inframundo, convirtiéndolos en secuestradores de almas. Por lo tanto, fue un símbolo ideal para la poética de Munch, que tomó la imagen clásica para expresar un concepto moderno: el desamor.




DESCRIPCIÓN: Litografía del noruego Edvard Munch, más conocido por su obra “El grito”, no se tiene una fecha de su creación.  La criatura alada vuela sobre un cuerpo y lo contempla con la cabeza reclinada a su derecha, una posición tradicionalmente piadosa. La arpía ocupa ¾ partes del plano total, la tensión en los hombros revela que está resistiendo su posición en los aires. En el centro de la pieza, se distingue a lo lejos un insípido horizonte con, probablemente, un árbol. El cuerpo, en estado seco, Fig 1.1, aún no termina la fase de reducción esquelética, pues se distingue recubrimiento dérmico en el rostro, cuello, tórax y cadera, mientras que, en el brazo, ya descarnado, se nota expuesta la articulación escapulo-humeral, el húmero, la articulación del codo, hasta aproximadamente 2/3 partes del radio y cúbito, Fig. 1.2.



Fig.1.1 Fases de la descomposición, el cuerpo en la litografía se hallaría en la fase d.


Fig. 1.2 Composición ósea del brazo


ANÁLISIS FORMAL: Se desconoce el tipo de piedra tallada para la elaboración de la pieza. Se pretende expresar profundidad con el horizonte lejano e iluminación de medio día hacia el atardecer, el sol se encontraría en un punto alto cubierto por la arpía. En la composición tenemos un triángulo equilátero invertido formado por el cuerpo de la arpía, éste se superpone sobre el cuerpo y ambos están lejanos del horizonte. La posición en diagonal, la tensión en los hombros y el enmarañado en las plumas de las alas sugiere un aleteo continuo.






COMENTARIO: Lo ceñido del plano alude a que hay algo más en el espacio que le es negado al espectador. Ella dedica al cuerpo una mirada casi soñadora, de un anhelo aparentemente melancólico, que choca con la representación de las garras listas para atrapar a la presa. En la figura reclinada, el artista alude a la tarde, que el hombre está condenado al ceder a la adulación femenina: si el cuerpo se ha reducido a un cuerpo, de hecho, la cabeza, con los negros y los ojos cerrados, aún conserva una apariencia de vida.

El ambiente suspendido de la escena, la masa oscura de las alas que se extiende por todo el frente de la hoja, que viene a lamer el cuerpo, el contraste de los caracteres de las dos caras, la dimensión surrealista, pero al mismo tiempo la fuerte presencia de la figura y el uso cuidadoso de la superficie blanca, que da la máxima importancia a las cabezas, los pechos desnudos de la mujer y sus garras. En una nota sin fecha, Munch había notado algunos versículos que parecen resumir el significado de la imagen:
Un ave de rapiña se ha unido a mi alma.
Sus garras me han destrozado el corazón.
Su pico ha perforado mi pecho
y el batir de sus alas ha nublado mi lucidez

Otras formas escritas se han colocado en la posición de la arpía o del cuerpo. A continuación, se presentan fragmentos de escritores contemporáneos quienes se identificaron con ambos personajes de la litografía a tal punto que sus palabras parecen el diálogo idóneo de la pieza:

Tú, en furiosa vesania te mostraste
abriendo las horrendas alas monstruosas,
viéndome ya indefenso en medio del patio
con extraña parsimonia, a mano limpia,
diste tu último paso y con tus garras
asesinaste mis últimos anhelos de una vida feliz.


Y quiero gritar tu nombre y quiero morder tus ansias y correr a buscar entre mi pasado un lugar para esconderme y que nadie descubra que mis oraciones llevan sílabas de tu nombre escondidas entre sus pliegues.

¿Por qué contestas mis mentiras? ¿Por qué te transformas en la imagen tangible que saborean las puntas de mis dedos, tan sólo para darme cuenta de que me rehúso a barrer el polvo de mi almohada?

¿Por qué aún siento ese ardor en el pecho, el mismo, con la misma intensidad de una memoria apenas vivida? ¿No eras ya un momento lejano y abstracto que tan sólo servía de alimento a mis memorias?

Y aquí va de nuevo, el vaivén de mis ojeras, el resplandor de la concupiscencia y la sordera que me absorbe, para renacer entre las hojas muertas de la tinta, para encontrar entre la oscuridad de mis tempestades que nunca he dejado de ser la misma arpía.


Aquí el amor es, entonces, representado como un acto de dolor y muerte y un complejo mecanismo psicológico que destaca el sufrimiento de la existencia. Toda cultura, sobre todo la griega, siente hasta cierto punto una amenaza en el empoderamiento de las mujeres, se les ha esbozado como seres salvajes, destructores y, sin embargo, son las que mayor atracción producen. Así que la mujer angelical, pura y delicada, como el rostro femenino de la litografía, se convierte, en cambio, en una arpía vengativa y castrante, una cruel asesina de la masculinidad dominante que la ha privado de ser amada por completo.

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